— ¡Mamá, mamá, ya soy ingeniero!

—¿Ingeniero?

—¡Tú lo que eres es un guarro!

—Anda, entra y ordena tu cuarto.

Al igual que ser ingeniero no te exime de tus responsabilidades domésticas, ser ingeniero no te hace inmune a las influencias que puedan ejercer las emociones y los estados afectivos a la hora de tomar una decisión técnica.

No fue hasta principios de los años 90 del siglo pasado, cuando se empezó a estudiar las influencias que ejercían las emociones y las motivaciones en procesos cognitivos que hasta el momento se consideraban objetivos y racionales. Tras años de estudio e investigación se pasó a considerar la memoria, el aprendizaje, la atención o la percepción como procesos calientes y no fríos; procesos psicológicos que influirán en nuestras inferencias, atribuciones y toma de decisiones.

No hay que esforzarse mucho para caer en la cuenta de que en un mundo técnico y racional como el de la ingeniería, la cognición fría al 100% no siempre se practica, de lo contrario, ¿por qué íbamos a desarrollar la tecnología y los programas de mantenimiento predictivo si no es por el miedo al fallo? ¿O es la ansiedad, el miedo a futuro, lo que subyace a la decisión?

¿En cuántas ocasiones seguimos utilizando viejas tecnologías, aún sabiendo que no son del todo efectivas? ¿O seguimos aceptando fallos y rendimientos pobres, simplemente porque es lo que siempre hemos hecho y no queremos asumir el “riesgo” de implementar cambios? Cuando se habla de zona de confort no implica zona ideal, es simplemente la zona que conocemos.

Cuando pregunto: ¿Cuáles son las emociones que se experimentan con más frecuencia en la empresa? Me suelen responder “miedo y enfado”. ¿De verdad creemos que cuando estamos enfadados o experimentando miedo, estos estados no nos influirán en nuestras decisiones, sean del tipo que sean?

La clave no está tanto en evitarlas como en saberlas gestionar y ser conscientes de cómo nos están influyendo.

Uno de los investigadores que ha estudiado el efecto del afecto sobre la cognición es Joseph P. Forgas que en 1995 desarrolló el modelo conocido como “infusión del afecto”. Forgas lo definió como el proceso por el cual la información cargada emotivamente llega a incorporarse a los procesos cognitivos y en ocasiones los dirige en la dirección que sea congruente con su tono afectivo. Forgas sostiene que el grado de infusión del afecto va a depender del tipo de procesamiento utilizado, destacando cuatro estrategias de procesamiento cognitivo alternativos, dependientes de dos factores: el esfuerzo que la persona quiera invertir (bajo/alto) a la hora de tomar la decisión y el tipo de tarea, distinguiendo entre tarea abierta (cuando no hay solución conocida) y tarea cerrada (cuando la solución es conocida).

El esfuerzo invertido a la hora de resolver un problema técnico va a depender del tiempo disponible, de cómo me afecte personalmente el problema, de la complejidad, las consecuencias del problema y de la experiencia profesional.

Pues bien, de la combinación de estas dos variables, el tipo de tarea y el esfuerzo, surgen cuatro tipos de procesamiento cognitivo con una mayor o menor posibilidad de ser influenciados por nuestros estados emocionales o afectivos:

Procesamiento directo (esfuerzo bajo/tarea cerrada). Un ejemplo de cuando usamos este procesamiento podría ser: una brida de una línea de hot oil a 400ºC y 20 bar está fugando, miro qué junta está en especificaciones y la tomo del almacén. No hay que pensar mucho, se hace de forma automática y directa.

Procesamiento motivado (esfuerzo alto/tarea cerrada). En este procesamiento es el objetivo o meta el que guía la toma de decisión. Imaginemos que vamos a coger la junta del almacén y no hay en stock, en esta ocasión tendremos que esforzarnos para encontrar la junta, trataremos de pensar dónde podríamos comprarla de forma urgente. Se requiere esfuerzo, pero el objetivo es claro: comprar la misma junta que estoy usando.

Procesamiento heurístico (esfuerzo bajo/tarea abierta). Se llaman heurísticos a los atajos cognitivos que utilizamos a la hora de tomar una decisión o hacer una atribución; los usamos para ahorrar esfuerzo de procesamiento. Imaginemos que queremos usar una junta distinta a la que usamos normalmente porque queremos mejorar la eficacia y la fiabilidad del sellado de la brida de hot oil. Es un tema importante, pero no queremos dedicar mucho tiempo en la búsqueda de la solución técnica. En este caso, un procesamiento heurístico sería preguntar a un experto para que nos dé la solución. El pensamiento heurístico vendría a ser: “confío en lo que me está recomendando porque es una persona experta”. La decisión está basada en la confianza.

Procesamiento sustancial (esfuerzo alto/tarea abierta). Cuando la tarea es compleja, novedosa, nos afecta personalmente, tenemos tiempo y competencias para gestionar el problema y no conocemos a priori la solución, es cuando usamos este tipo de procesamiento. Antes de dar con la solución, tendremos que integrar la nueva información con la que tenemos almacenada en la memoria. Volviendo a nuestro ejemplo, sería cuando quisiéramos introducir cambios en las especificaciones de juntas por otras de diferente diseño.

Joseph Forgas, tras numerosos estudios empíricos, sostiene que en el procesamiento directo y motivado la influencia del afecto es nulo o muy escaso, es decir, nuestros estados emocionales poco van a influir en la decisión que tomemos. En cambio, en el procesamiento heurístico y en el sustancial, donde la tarea es abierta, donde a priori no conocemos la solución, es donde más nos vamos a ver influidos por las emociones y los sentimientos. Tendremos que gestionar miedos, desconfianzas, inseguridades, ansiedad y estrés.

Me gustaría terminar con una reflexión: ¿cuántos problemas técnicos requieren de procesamiento sustancial y, por no salir de nuestra zona de confort, seguimos con el directo y el motivado?

 

Por Carlos Javier Álvarez Fernández

– Coach Profesional